Los pies en el
suelo ocupan muy poco espacio;
gracias al espacio que no ocupan podemos
caminar.
Sabio taoísta
A lo
largo de mi vida no he caminado mucho, pero sí lo suficiente. Soy el viajero cuya sombra me acompaña, me sigue a donde quiera que voy por cualquier vericueto, por cualquier terreno escabroso: Dentro de la “Peregrinatio perpetua” también siguen su
camino, "junto al mío", el judío errante que viaja por el mundo sin descanso, los monjes
giróvagos que siguen un curso hacia las estrellas, los filósofos cínicos y Rimbaud que durante toda su vida caminó con el cielo
por su techo, días y días otoñales. El flâneur (paseante)
que anda por la ciudad donde se encuentra con una faz sin rostro en la multitud
hostil, un vagabundeo surrealista baudelariano callejeando de noche junto al
caminante y los personajes barbudos Varonianos que con locomoción capilar se
desplazan por caminos amarillos hacia Oz.
En el
kilometraje de mi vida, nunca he caminado a la misma hora, ni todos los días
como Kant, pero sí he conocido otras ciudades, en solitario o acompañado, miro
con entusiasmo la entrada de los pueblos como Remi y camino por ellos en
primavera o en otoño con las hojas secas que se arremolinan con el viento
desvaneciéndose tras las huellas de mis pies que corren hacia crepúsculos
ensangrentados difundiéndose en un horizonte lejano e inalcanzable, pero
siempre puntual haciendo innecesario cualquier reloj.
Mientras
Nerval camina con dulzura y melancolía para recordar las largas tristezas de la
infancia y sus sueños con paisajes planos, despacio y sin esfuerzo hacia los
castillos de torres almenadas, con brumas azuladas de la mañana que hacían
surgir fantasmas por todos lados, donde Aurélia empujaba sus piernas hacia su
último vagabundear cuando en una ventana con barrotes se encuentra con el
suicidio ahorcándose.
Yo
camino para pensar, para reflexionar e inventar y más aún para recordar la
música de la infancia, la que se escuchaba en las afueras del espacio abierto y
en los sueños lúcidos que me remitían a una dulce melancolía de aquella
infancia que se fue a través del tiempo, pero que vuelve con esas melodías
lejanas mientras ando por los caminos de siempre.
En mí,
los paisajes son distintos cada día, a cada estación del año, éstos son
diferentes: las montañas, los bosques, los valles, las playas y aún el cielo
con sus místicos colores que cambian y se despliegan mutuamente a cada paso;
donde las aves migrantes se dejan ver en una sola temporada en un solo mes
donde sigo su vuelo con la mirada, pero se llevan algo mío en esa contemplación
hacia una playa desconocida, se llevan mis ojos para que yo vea sus caminos,
sus paisajes de siempre en el cual vuelven pasando sobre mí como esos otros
pájaros-tordos que me siguen sobre volando a cualquier lugar hacia donde me
dirijo, desde lejos por los naranjales y el azahar, por la exuberante
vegetación sin límites.
En mi
andar no subo en vertical hacia montañas magnificentes como Nietzsche, sino en
bifurcaciones dentro de laberintos
dedàlicos que se dirigen a caminos inciertos, arriesgados y en el mejor de los
casos hacia el centro del verdadero sentido, mas no a la salida donde el
caminante termina su viaje…