miércoles, 24 de junio de 2015

MIS CAMINOS Una filosofía a pie

Los pies en el suelo ocupan muy poco espacio;
 gracias al espacio que no ocupan podemos caminar.
Sabio taoísta

         A lo largo de mi vida no he caminado mucho, pero sí lo suficiente. Soy el viajero cuya sombra me acompaña, me sigue a donde quiera que voy por cualquier vericueto, por cualquier terreno escabroso: Dentro de la “Peregrinatio perpetua” también siguen su camino, "junto al mío", el judío errante que viaja por el mundo sin descanso, los monjes giróvagos que siguen un curso hacia las estrellas, los filósofos cínicos y Rimbaud que durante toda su vida caminó con el cielo por su techo, días y días otoñales. El flâneur (paseante) que anda por la ciudad donde se encuentra con una faz sin rostro en la multitud hostil, un vagabundeo surrealista baudelariano callejeando de noche junto al caminante y los personajes barbudos Varonianos que con locomoción capilar se desplazan por caminos amarillos hacia Oz.

         En el kilometraje de mi vida, nunca he caminado a la misma hora, ni todos los días como Kant, pero sí he conocido otras ciudades, en solitario o acompañado, miro con entusiasmo la entrada de los pueblos como Remi y camino por ellos en primavera o en otoño con las hojas secas que se arremolinan con el viento desvaneciéndose tras las huellas de mis pies que corren hacia crepúsculos ensangrentados difundiéndose en un horizonte lejano e inalcanzable, pero siempre puntual haciendo innecesario cualquier reloj.

         Mientras Nerval camina con dulzura y melancolía para recordar las largas tristezas de la infancia y sus sueños con paisajes planos, despacio y sin esfuerzo hacia los castillos de torres almenadas, con brumas azuladas de la mañana que hacían surgir fantasmas por todos lados, donde Aurélia empujaba sus piernas hacia su último vagabundear cuando en una ventana con barrotes se encuentra con el suicidio ahorcándose.

         Yo camino para pensar, para reflexionar e inventar y más aún para recordar la música de la infancia, la que se escuchaba en las afueras del espacio abierto y en los sueños lúcidos que me remitían a una dulce melancolía de aquella infancia que se fue a través del tiempo, pero que vuelve con esas melodías lejanas mientras ando por los caminos de siempre.


         En mí, los paisajes son distintos cada día, a cada estación del año, éstos son diferentes: las montañas, los bosques, los valles, las playas y aún el cielo con sus místicos colores que cambian y se despliegan mutuamente a cada paso; donde las aves migrantes se dejan ver en una sola temporada en un solo mes donde sigo su vuelo con la mirada, pero se llevan algo mío en esa contemplación hacia una playa desconocida, se llevan mis ojos para que yo vea sus caminos, sus paisajes de siempre en el cual vuelven pasando sobre mí como esos otros pájaros-tordos que me siguen sobre volando a cualquier lugar hacia donde me dirijo, desde lejos por los naranjales y el azahar, por la exuberante vegetación sin límites.

         En mi andar no subo en vertical hacia montañas magnificentes como Nietzsche, sino en bifurcaciones  dentro de laberintos dedàlicos que se dirigen a caminos inciertos, arriesgados y en el mejor de los casos hacia el centro del verdadero sentido, mas no a la salida donde el caminante termina su viaje…


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